Me subí a un taxi y recorrimos varios kilómetros hasta una comuna pre cordillerana de la capital. Ella estaba colocada, demasiado tal vez para mi gusto.
La había visto una vez en el departamento de Sergio, no recuerdo las circunstancias del por qué terminé con su número de teléfono.
Presione el pequeño timbre del 3030, me tomó de la mano y me llevo al patio, me quito el cinturón, no tardo en desabrochar mi pantalón y ahí estaba yo perdido en una población de santiago recibiendo una ofrenda de los dioses, cinco minutos de gloria.
Me abroché el cinturón, buena chica, mencione y me subí al mismo taxi en el que llegue.
Yo me había inmolado por el arte, cuerpo y alma, lo que quedaba de ella.
Sigo pensando cómo pasaría mi último día en la tierra y a quienes haría partícipes de tal fiesta.
Infielmente tuyo
Javier