No pudo ser de otra manera,
me di vuelta siguiendo esas leves intuiciones,
esos llamados a veces misteriosos de los cuales estoy tan acostumbrado.
La muchacha de ojos grises,
vestida elegantemente,
tal vez demasiado para hacer una fila en una cafetería tan mediocre.
Cuando se vuelve de la muerte
no existe el miedo al fracaso,
al ridículo,
cuando se vuelve de la muerta sabes que las oportunidades y los instantes son únicos,
le clavé la mirada,
como aquella poesía que se alimenta de la primavera,
desnude en solo un instante tanta intimidad,
tanta fantasía.
Lo siguiente fue aún más espectacular,
¿existirá algo llamado sobredosis de placer?,
algo para mis nietos
no puedo recordar tu nombre.
Nada me pertenece.