Ya no recuerdo bien si vivía en el tercero o cuarto piso de aquella avenida transitada de Santiago. Cuando me sentía desesperado tocaba el timbre de la vecina del piso superior, su nombre para variar no podia recordarlo.
Ella entraba al cuarto de mama y se ponía a rezar, casi como si se tratara de un exorcismo, mientras yo entendía menos de lo que podría llegar a entender hoy. Intentábamos justificarlo con ángeles y demonios, cuando no era mas que el alcohol, las píldoras y la esquizofrenia haciendo lo suyo.
Determinaciones, saltos al vacío y un montón de locura.
fastidia tanta burocracia.
Si lograba hilar otra frase elocuente estaría a salvo otra vez.
Infielmente tuyo,
Javier