Era más químicos que sangre aquella noche, había esnifado lo suficiente para tumbar a un caballo, no había cerrado un ojo en una semana.
Sentí una baliza, supe desde un principio que debía detenerme, pero se mezclaron demasiadas cosas: rebeldía, locura, y aquella necesidad constante de adrenalina.
Tomé cada curva casi como si fuese un profesional del asunto, pude entender todas las vías de escape, pero vino una revelación: todo el daño que podría hacer.
Me acorralaron y me apuntaron, sonreí y pedí perdón.
Tengo una facilidad con las palabras, tengo un carisma que muchas veces soborna a cualquier juez.
No debería tentar tanto a la suerte,
Somos los desplazados de la sociedad
Javier